Debe haber infinitas formas de llegar arriba
dirigiéndose abajo, muchas maneras de habitar el centro perdiéndose en las
periferias, insólitos y misteriosos modos de ser único e intransferible al
mismo tiempo que igual al otro.
Y un buen día le perdimos para siempre el respeto
a la monserga aquella que nos vende el canorte de que la vida era eso, el auto
de alta gama y la mujer hermosa que hiciste tu esposa para algunos años después
verla de lejos como la pálida competencia de tu amante presta, palpitante y
culona; y los hijos, esos remotos bebés apacibles convertidos en cabrones
arrogantes que amas con todo tu corazón. No quiero ser descortés, pero no,
gracias, de verdad, no.
La mañana pura en que descubres que así pues era
todo esto, así nomás, la humanidad tristes despojos rutinarios que se afanan en
sacudir el polvo de sus muebles y mueren sin saber que era su piel del día
anterior (por lo menos), quizá redimidos por medio siglo de escuchar en la
radio “Sarisfaction” o tal vez algo más explícito (hay gente que no entiende)
como "You Can't Get Always What You Want", y puede que empiece a
hacerse entendible tanta estrella opaca apagada por mano propia cerca a los 27
(o puede que sin intención, con las sobredosis nunca se sabe, el microcálculo
de los gramos puede que tenga que ver más con las paradojas eleáticas que con
las finales de cien metros planos, aunque planos las huevas, con el perdón de
Galileo) o que la acojonante mujer que se tiraba al presidente más guapo de su
tiempo (eso decía mi madre, pero convengamos en que solo exageraba) dijera
adiós sumida lentamente en una dulce y pesada muerte somnífera.
Y bueno, uno se pasa la vida entrando y saliendo
de muchos lugares, sin importar que sea la habitación donde te aburre la vida,
la oficina del cabrón de tu jefe, el cuarto de la mejor puta de Las Cucardas,
el hospital, la cárcel o el manicomio. Sin embargo, el verdadero negocio es
entender que no hay entradas ni salidas, solo umbrales, y que debes dejar algo
de ti atrás a cambio de tomar algo de lo que venga. Lo demás son vanos
ejercicios para entretener a la muerte.
Convengamos entonces en que fuimos y venimos, nos
encontramos y nos separamos, y que cada uno hizo su vida apartado del otro
confiado en la existencia de eso que llaman simultaneidad, aunque tal cosa no
haya sido demostrada, excepto en la literatura y algunas buenas películas de
Hollywood.
Y sí, a qué negarlo, caímos y levantamos, a veces
más lo primero que lo segundo, y nos hallamos otra vez en el camino, con
algunas lesiones fugaces y heridas permanentes, por ahí una que otra muerte
pasajera de las que volvimos con una buena historia para animar unas cervezas
en algún lugar de La Punta, el límite último de la costa, donde la tierra
penetra al mar y sus misterios mientras tu leyenda perdura junto con esta
nostalgia de prontas mañanas por venir que no termina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario