Hay mañanas de luz que te hacen comprender la
labor del director de fotografía en las películas; demorados amaneceres como el
de hoy. Me propuse entonces escribir un cuento sobre una mañana así, no sé si de
primavera o verano, pero decididamente solar y sabatina. Mi personaje sería
joven y ladearía la cabeza de pie ante su ventana, temprano —cosa inusual en
él—, para recibir el sol oblicuamente sobre la mejilla derecha y conducir su calor dentro sí por su pabellón auditivo.
A todo esto, antes de bañarse de luz en el alto piso de su departamento, habrá
puesto en su tocacintas una canción, “Hey Hey What Can I Do”, de Led Zeppelin,
y el hermoso y cínico blues llenará de sentido durar un día más sobre la tierra.
Esa mañana, la del cuento, tendría que ser por
fuerza especial en su expectante cotidianidad. Eso el personaje lo sabrá desde
que elija la ropa para ofrecer a los elementos su cuerpo sano y fortalecido por
la salud y la oportunidad del tiempo (la suerte de ser nutrido de lo necesario
a la hora; gracias, mamá). Quizá vista un jean y un bividí azules y camine con
el compás de sus años mozos. Nadie necesita una pomposa finalidad para ser
joven y feliz, solo poseer la salud mental para poder estar (lo sabemos bien
los que la perdemos de vez en cuando). Su discreta causa final para salir de
casa será fumar un cigarrito chino con un amigo que lo está esperando.
Después tiene ocurrir cualquier cosa. El relato
no fue pensado para ofrecer un evento extraordinario. Su valor tendrá que ser
sencillo y genuino —me propuse—, sin vocación de sorpresa ni alardes de
prestidigitación; una celebración del instantáneo acto de ser tan simple como
se pueda imaginar; la conciencia al servicio de un razonado y sensato hedonismo.
Mientras tanto, he salido a comprar lo necesario
para el desayuno. Fueren el sol o mi modesta pulsión literaria, no estoy
acojonado, como acostumbro, durante los primeros minutos del día. Es una
cobardía inútil que he aprendido a remontar con una serie de trucos que no
acostumbran fallar; pero si sucede, digo, si acaso un ánimo funesto se prolonga
más allá de las once, estrecho mi mentón con una determinación sin orientación
cierta y realizo cualquier tarea doméstica que me opaque el pensamiento y al
mismo tiempo contribuya al orden y limpieza de mi casa. Por ejemplo, si barres
a conciencia y trapeas las zonas críticas habrás ganado el placer de caminar
descalzo; si echas detergente y lejía al baño, cuando entres porque la
necesidad te llame serás ganado por el denso olor que buscamos hace miles de años sin saberlo,
ahora en el punto más alto de la asepsia y
desodorización químico-desinfectante.
Todavía no has dicho que no fue solo la luz de
febrero la que te indujo a escribir el cuento. El propósito se cuajó cuando, a
velocidad menor a la del segundo (siempre es así, pero debemos ralentizar la
rapidez de nuestro pensamiento y emociones para creer que entendemos su casi
material discurrir), le pusiste la canción de Zeppelin a esas ondas o
partículas —todavía la ciencia no está segura— que te devolvieron a la ameba
que un lejano día fuiste, a la hoja verde preñada de fotosíntesis, al ave de
vuelo propiciado por las cálidas corrientes de aire ascendentes.
Conozco bien a mi personaje. De hecho, solía ser
yo en mi primera juventud. Todavía no sé qué le pasará; pero, lo reitero, no
tiene que ser la gran cosa, solo el éxtasis de elevarse una mañana cualquiera
sobre el suelo como un tallo flexible y bien dispuesto, favorecido por los
vientos y acariciado por el sol de aquellos tiempos, cuando los taxistas no
protegían su brazo izquierdo con ceñidas mangas de colores que los hacen
parecer tatuados.
Cuando termine el cuento, lo pondré a buen
recaudo y a la mano de mi recuerdo. Quizá me sea útil esa mañana de invierno que
ya veo venir, seguramente con miedo también —así es esto—, yendo a comprar el
pan ciabatta y las naranjas que tanto le gustan a Rosa. Puede incluso que el
universo sea bueno conmigo y su lectura me haga doblemente feliz, por lo
escrito y por la evocación de los instantes en que lo concebí. Ojalá que sea
eso lo que por lo menos pueda hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario