Si Sócrates se hubiera encontrado con Lionel
Messi seguramente le hubiera dicho algo como “si eres futbolista, dime, hermoso
muchacho, ¿qué es el fútbol?”. Por cosas como esa dicen que lo mataron, y
probablemente le hubiera caído pesado también a Messi. Sin embargo, más le
valdría al buen Lío saberlo. En rigor,
seguramente para Sócrates, platónico él, era imperativo que Messi supiera que
eso que él jugaba y llamaba fútbol, después de mil partidos, cientos de goles,
decenas de campeonatos y muchísimos premios, correspondía a la idea de fútbol,
es decir, el concepto de aquello en relación con lo cual un partido de fútbol
es solo una concreción en particular de la idea perfecta, ideal, de fútbol.
De manera que los premios, reconocimientos y
ditirambos deben ser algo secundario, adjetivo, ancilar, no sustantivo,
accidental. Y si el problema de Messi era ser el mejor o uno de ellos, pues lo
ha conseguido.
Cuando juegas al fútbol estás condenado, te guste
o no, a ganar; y si no ganas con alguna frecuencia lo pagarás. Lo sabe Alianza
Lima, a la que se le achacó no ganar durante 18 años así como ahora se le
reprocha no hacerlo durante nueve. Lo sabe Argentina, en ese momento en que los
periodistas deportivos se ponen metafísicos, cuando quieren cifrar la realidad
en el fútbol —su propia idea platónica del fútbol, más bien—, y reclaman que
hace más de veinte años la selección argentina no gana nada (hay Platón para
todos los gustos, y así nos va, así va el mundo).
Y así un día te llega la muerte, ese final de la
suma de los días que llamamos vida, que agotados sus propósitos cotidianos a la
noche te conduce a tres caminos: entregarte al sueño como un simple animal
feliz, justificar tu día solo porque te acercó un poco o mucho a tu meta o
celebrar agradecido cada acto de inspiración y expiración de tus pulmones ante
el espectáculo sobrecogedor que puede ser estar vivo, segundo a segundo.
En la
puerta del oráculo de Delfos decía “conócete a ti mismo”, expresión hasta hace
poco mal entendida, en el sentido de que la sabiduría consistiría en saber
quién eres, pero eso es algo que Lío conoce muy bien. Poner en un par de
piernas débiles toda la esperanza personal, familiar y a la postre la de una
nación y millones de fanáticos requiere saber quién eres y de lo que eres
capaz.
En verdad, el conócete a ti mismo trata de otra
cosa, del cuidado de ti mismo. Si una nación le reclama copas, si en cada
partido debe demostrar por qué la mitad del mundo lo considera el mejor, si
debe vivir obligado más a ser el mejor que a jugar fútbol, ser futbolista habrá
dejado de ser aquello que lo define para convertirlo en una inútil deidad más
de la sociedad donde los perdedores viven queriendo ser ganadores y los ganadores,
cuando ya no encuentren más que ganar, se descubran tan insatisfechos como
cuando empezaron. Eso es lo que está obligado a saber Lío ahora. Para eso deben
servir los fracasos.
En resumidas cuentas, ser futbolista es ser
jugador de un deporte llamado fútbol, ni más ni menos, y ni siquiera tienes que
ser el mejor, solo debes jugar fútbol. Lo demás, con el perdón de ustedes, son
pajas, y de las buenas.
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