Nada es lo que fue, al tiempo que lo porvenir
anida desde siempre en lo que somos. En los extremos de esa paradoja estamos
obligados a habitar desde el inicio de todo, que me gusta ubicar en el momento
en que bajamos del árbol; ese instante en el que ya se había empezado a
derretir el hielo polar de un mundo rabiosamente tecnológico que con el correr
de los miles de años por delante iba a llamarse Tierra, planeta Tierra. Si ayuntarnos para reproducirnos (sí, para
eso; todos los rituales del sexo y el erotismo empacados en lencería de
Victoria’s Secret no son más que trucos de la naturaleza para perpetuarse)
sigue siendo básicamente lo mismo, ¿por qué habrían de ser —en el fondo—
distintos los modos de eso que llamamos amor?
Al amor cortés, invento de los poetas provenzales del siglo XI que
hablaban occitano al sur de Francia, le bastaba con la intensa poesía del deseo
y el sometimiento a la dueña (de donde viene nuestra “doña) para darse por
logrado. No pedía más. Nada más distante del estribillo orogenital que enlaza
al cangry con la chica candy mientras haya más gasolina. Sin embargo, el amor y
el sexo son bastante más que esos extremos. Lo saben la explosión demográfica y
la obstinada convivencia entre hombres y mujeres a despecho de la ostentación
fálica del reggaetón. Cuando alguien se
propone buscar una pareja por la vía electrónica estamos ante la procura de los
mismos fines por medios distintos, y eso ya no hay quién lo pare. No importa lo
que creamos que perdimos, habremos ganado a cambio otras cosas, y más nos vale
cogernos de eso para no caer en las trampas de la nostalgia del “las cosas ya
no son como antes” o “jaranas, las de mi tiempo”. Sin embargo, hay un proceso en marcha,
inquietante a la par que subyugante: lo electrónico está convirtiéndose de
simple medio en un fin en sí mismo; es decir, puede que esté cambiando la
naturaleza de aquellos contenidos que creíamos seña exclusiva de nuestra
identidad. Serán entonces bienvenidos
los tiempos del amor electrónico, que acabará por fuerza en el sexo, como ahora,
como siempre, pero esa vía, la electrónica, es decir, su monitor, la fibra
óptica y los bytes por segundo habrán creado una nueva forma de
interrelacionamiento que quizá nos conduzca a otro modo de ser humanos, en el
que multiplicaremos los contactos y las experiencias, aunque a cambio de distraer
y diluir esa materia elusiva y dispersa que llamamos yo, que recuperaremos en
la próxima piel a la que la música de clics que habla nuestra diestra nos
conduzca.
Publicado en Soho 09/16
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