Barrios hay muchos. Se puede ser un hombre con
esquina tanto en el cruce de dos calles como en un parque o quizá una tienda.
En la película Smoke, ocurre que hay una tienda en una esquina frecuentada por
quienes han convertido el acto de fumar en un modo más de estar vivos. La
tabaquería de Auggie Wren es su barrio. Allí
discuten de política, béisbol, negocios o de la vida de los otros. Un
escritor que acude frecuentemente por su dosis de nicotina es también un buen
candidato para hablar de él, más si está regresando de lado más agudo del
sufrimiento.
Casi todos los personajes de Smoke, además de
respirar, padecer y hacer, fuman para acompañar sus más diversos momentos,
entre otros, aquellos en que se hacen humanos y se encuentran a sí mismos por
la vía del dolor. Quienes hayan prendido un cigarrillo luego de sufrir una
situación límite lo saben.
La película también es una aproximación a las
aristas más afiladas de la paternidad, aquellas que nunca tuvieron su momento
Kodak. Sin embargo, más nos vale aceptar que todos provenimos de una mujer o un
hombre que por defecto o exceso nos hicieron quienes somos. Es algo que
deberemos hacer si queremos convertirnos algún día en nosotros mismos.
Smoke es además una inteligente y sutil
exploración acerca del azar como fuerza conductora y ordenadora de nuestras
vidas. Asociado comúnmente a la buena o mala fortuna, a la lotería o a ser
víctima de una desgracia, eso que llamamos suerte en realidad es más influyente
y decisivo de lo que estaríamos dispuestos a creer. Todo aquello que no dependa
de nuestra voluntad ni de la de los otros es un abismal espacio ocupado por
nuestras rutinas, las leyes de los numerosos sistemas que nos gobiernan y el
imperio del azar.
Y es finalmente de la voluntad de lo que trata
Smoke, de todo aquello que ocurre por que nosotros hacemos que suceda. Eso no
es una novedad. Si vemos una película es porque esperamos que pasen cosas para
que emerja el milagro del sentido de la experiencia humana. Pero si además
asistimos a los dramas de personas que solo pueden completar sus vidas junto a
las de los otros y están dispuestos a hacer algo por ellos a un precio
razonable, tendremos buenos motivos para ver Smoke, seguir yendo al cine y
continuar con nuestros asuntos.
Así un buen día Rosa Rosa, Juan Pablo y yo
decidimos crear algo llamado “Arjé” vinculado a varios proyectos, uno de ellos
Arjé CineClub. Fuimos y vinimos, coordinamos, avanzamos y retrocedimos, hasta
que Caro Lina, nuestra hermosa Popina, antes mi alumna y ahora fiel compinche
de Rosa, además de intensa cinéfila, dio el puntillazo final al proyecto que
terminó por estar maduro. Fue así que vi y comenté Smoke; fue de esa manera que
empezó un proyecto entregado a la pasión de ver cine acompañado y darse el
gusto de comentar al final ese artefacto narrativo que nos emocionó y convenció
de que si nos lo proponemos haremos algo valioso con nuestro tiempo sobre la
Tierra.
Recuerdo que cuando Julio Ramón Ribeyro publicó
su relato “Solo para fumadores” coincidí con todos los que lo disfrutamos en
que si tenías algún vicio antes de leerlo muy probablemente persistirías en él.
A estas alturas, Smoke no conseguirá lo mismo, pero nos hará saber que los
primeros americanos un día hicimos un canuto con unas hojas y lo prendimos,
primero para aderezar un ritual, después simplemente por adicción, pero en
medio, en algún momento, estuvo el desaparecido y complejo arte de fumar.
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